Nunca te admití que recordaba cada detalle de aquella noche, para ocultar mi sombría vergüenza en la madrugada.
Porque en el momento crucial, al filo de lo innegable, tu rechazo me rasgo el alma y la carne.
Pero lo que por ende, tampoco mencioné, es que ese rechazo hizo que mi admiración por ti creciera, porque vi tu fortaleza, te vi fiel a tus convicciones, consecuente y diferente.
Y sentí gratitud cuando aceptaste mi vago pretexto al día siguiente, de que no recordaba casi nada, aún tú a sabiendas de que no decía la verdad, y lo secundaste caballerosamente, y eso me conquistó mucho más.
Porque como no recordar el breve tacto de tu piel, mi fugaz pero intensa proximidad con tu cuerpo, si aún lo recuerdo como ayer, ese fútil preludio, de lo que hubiese sido, de haberse dado.
Y que Dios me perdone, y quien corresponda por mi osadía, por lo políticamente incorrecto de mi pretensión,pero de haber tú querido, esa noche, me habría rendido al placer de tenerte dentro de mí, del sabor de tu ser y lejos de arrepentirme de ello luego, hubiese atesorado ese encuentro en mi memoria, sin duda como algo épico.